lunes, 4 de mayo de 2009


La muerte es ineludible, y es inherente a nuestra naturaleza humana. Nos enfrentaremos cada vez con mayor frecuencia, a pacientes de edad con enfemedades degenerativas que harán menos exitosos nuestros tratamientos curativos. Enfermedades que alterarán fuertemente la calidad de vida de nuestros pacientes. La curación ya tiene menores resultados. Y aquí debemos volvernos más expertos en calmar que en curar y rodear de afecto a esos seres que pronto morirán.



El mejor ambiente para el proceso de morir ante enfermedades incurables, no es una unidad de cuidados intensivos con aparatos y tubos que sostendrán una vida completamente artificial. ¿Cuándo los médicos deben aceptar esto...? Muchas veces los familiares y el paciente piden a sus médicos: ¡Por favor doctores, déjenme morir! En estas situaciones con un buen tratamiento paliativo, hay que rodear ese proceso de la muerte, de amor y de afecto con sus seres queridos. Aquí los médicos tenemos que hacer menos protagonismo. La muerte amenaza nuestro amor hacia nuestros familiares: ¡Nos separaremos pronto de ellos...! ¡No los volveremos a ver...! Pero si nos depositamos en manos de Dios, ese amor podrá trascender hacia lo infinito.
No podemos disponer de la vida de nadie, aunque así nos lo solicite el paciente por sus sufrimientos. El concepto de una muerte digna, no es terminar con esa vida. La eutanasia activa no es hacer morir dignamente, es tan sólo un suicidio asistido. Con esta acción nos podemos volver criminales, cuando el fin de nuestros ejercicio profesional no es ese. Nuestra vida está llena de contrastes: felicidad y tristeza, sufrimientos, dolores y calma. La fortaleza del espíritu puede mitigar esos sufrimientos. Fortalezcamos el espíritu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario